En los últimos años, España ha disfrutado de una política antiterrorista que combinaba el apoyo decidido de la oposición y de las víctimas. Había voluntad de vencer a ETA.
Era cosa de poco tiempo y la victoria policial y moral sobre ETA se consumaría. Se llegaría a un final con vencedores (las Fuerzas de Seguridad, las víctimas, la clase política) y vencidos (la cuadrilla de asesinos e indeseables que se agrupan bajo las siglas más siniestras que ha conocido España). De repente, algo cambió.
Destacados dirigentes de la llamada «izquierda abertzale» (Batasuna), empezaron a frecuentar despachos del País Vasco y Madrid para explicar que ETA quería dejarlo.
Cedía, según ellos, todo el protagonismo a su entramado político que, lógicamente, debía ser legalizado para que pudiera estar en las elecciones municipales. La banda y sus comparsas sabían que si quedaban fuera de ayuntamientos y otras corporaciones, su final estaría muy cerca. Trazaron un plan.
«Tenemos que llegar hasta la fecha de las elecciones sin atentados y con algún gesto de ETA que nos presente como vencedores del terrorismo», debió de pensar alguno de los interlocutores de la cuadrilla «batasuna», que tanto parecía ofrecer. Y se pusieron (esos políticos) en marcha. ETA, como les habían dicho, anunció el alto el fuego (es lo único que ha dado y, además, lo puede romper cuando le convenga) y, a cambio, se les entregó mucho, demasiado: Bildu, con lo que supone de recuperación para la banda de su «Frente Institucional», con una fuerza nunca conseguida en su historia.
Destacados dirigentes de la llamada «izquierda abertzale» (Batasuna), empezaron a frecuentar despachos del País Vasco y Madrid para explicar que ETA quería dejarlo.
Cedía, según ellos, todo el protagonismo a su entramado político que, lógicamente, debía ser legalizado para que pudiera estar en las elecciones municipales. La banda y sus comparsas sabían que si quedaban fuera de ayuntamientos y otras corporaciones, su final estaría muy cerca. Trazaron un plan.
«Tenemos que llegar hasta la fecha de las elecciones sin atentados y con algún gesto de ETA que nos presente como vencedores del terrorismo», debió de pensar alguno de los interlocutores de la cuadrilla «batasuna», que tanto parecía ofrecer. Y se pusieron (esos políticos) en marcha. ETA, como les habían dicho, anunció el alto el fuego (es lo único que ha dado y, además, lo puede romper cuando le convenga) y, a cambio, se les entregó mucho, demasiado: Bildu, con lo que supone de recuperación para la banda de su «Frente Institucional», con una fuerza nunca conseguida en su historia.
Y después, nada de nada: comunicados llenos de grandes palabras pero vacíos de contenido, que los políticos implicados saludaban como «grandes pasos» (no se sabe muy bien hacia dónde), quizás porque se veían al borde de su particular precipicio.
Para no enfadar a la bestia, y con el fin de escuchar lo que ya saben que les van a decir, los socialistas vascos han asistido a la «Conferencia» que ha propiciado el mundo de ETA para, como dicen los pistoleros, «internacionalizar el conflicto». ¿Qué queda de aquella voluntad de vencer? (porque nuestras Fuerzas de Seguridad siguen manteniendo su operatividad e información).
Para no enfadar a la bestia, y con el fin de escuchar lo que ya saben que les van a decir, los socialistas vascos han asistido a la «Conferencia» que ha propiciado el mundo de ETA para, como dicen los pistoleros, «internacionalizar el conflicto». ¿Qué queda de aquella voluntad de vencer? (porque nuestras Fuerzas de Seguridad siguen manteniendo su operatividad e información).
Ya tienen lo que quieren. El debate se desplazará de la economía a ETA. En el ámbito económico los socialistas están perdidos. Pero saben que habrá un comunicado de la banda terrorista confirmando el alto el fuego y eso les da oxígeno.
El resultado de la autodenominada «conferencia» no puede ser peor: los mediadores internacionales usan el lenguaje de una de las partes al hablar de «actividad armada» y no de terrorismo; al instar a negociar con la banda en lugar de exigirle que deje de asesinar sin contrapartidas; al legitimar los crímenes por dar consideración «política» al conflicto; al pedir la celebración de un referéndum que es justo lo que siempre quiso ETA; al ofrecer argumentos a la organización criminal para volver a matar si no se logra lo que pide.
Todo ante la presencia del PSOE, obsesionado con que un comunicado etarra le salve las próximas elecciones. Se logra así que dejemos de hablar del paro y que vayamos adónde les gusta.
Es una fase más de un proceso pactado. Una calculada maniobra, en contenido y fecha, que lo único que hace es equiparar a víctimas con verdugos.
La paz «sin vencedores ni vencidos» que nos anuncian es en realidad «la paz de ETA».
Luego gana ETA. Gana Bildu. Y ganan los socialistas. Y pierden las víctimas, los mil asesinados por el terrorismo etarra.
Dicen con razón las (únicas) víctimas que lo que se merece ETA es un Núremberg para condenar internacionalmente su tortura y sus crímenes.
En lugar de eso le dan un aval democrático con apariencia de cumbre mundial.
Para esta pantomima de «conferencia» se podían haber quedado en su casa Currín, Kofi Annan y todos los actuantes.
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