Antípoda.
1.- Adjetivo de una sola terminación que significa ‘[lugar] situado en un punto diametralmente opuesto al de referencia’ y, en sentido figurado, ‘[persona o cosa] totalmente contrapuesta a otra’:
Artur Mas ha hecho una apuesta arriesgadísima desde el minuto cero de su presidencia: gobernar desde la realidad pura y dura sin concesiones a la frivolidad, y sin miedo a convertirse en el líder más impopular de las Españas y de Europa. Ayer, en su primer debate de política general, Mas fue fiel a este estilo y a este tono, lo que correspondería a una economía de guerra, sin llamarla así. La reciente auditoría de las cuentas autonómicas no hace pensar en otra cosa. Dentro de esta estrategia, el presidente fue anunciando una serie de reformas encaminadas a tres objetivos: parar el golpe de la crisis, animar la reactivación económica y el empleo, y llevar la administración a un nuevo paradigma de más ahorro y de más eficiencia, asumiendo que la preservación del núcleo duro del modelo de bienestar (sanidad, educación y servicios sociales) obliga a quitar grasa. Mas actúa como un político responsable que ya ha asumido que no puede pensar en las próximas elecciones porque el trabajo que tiene entre manos es agónico; hace lo que hace porque no tiene miedo a ser un presidente de sólo cuatro años.
El presidente de la Generalitat , Artur Mas, abrió ayer el debate de política general en el Parlament haciendo un llamamiento a los ciudadanos y también a los grupos parlamentarios a rebelarse contra el miedo. Superar el miedo que infunde la crisis y el miedo a defender en Madrid los intereses de Catalunya y en particular el concierto económico. "Nuestra historia está repleta de grandes obstáculos que parecían insuperables y, sin embargo, Catalunya ha sabido transformar las dificultades en oportunidades", dijo el president.
El mismo día que Mas enviaba a todos los catalanes a una ducha fría de realismo, el candidato Rubalcaba, (son antipodas uno del otro, de aqui la definición ) por ejemplo, prometía incrementos salariales a funcionarios y pensionistas. Sólo queda la esperanza de que los catalanes sepan distinguir entre quién les dice la verdad y quién los embauca. El gran drama de la política catalana es que la noche del martes, tan sólo una cuarta parte de los catalanes conoció las duras verdades de Mas, mientras tres cuartas partes sólo escucharon los cantos de sirena de Rubalcaba. Tenemos un país televisivamente descosido.
Primer reto, la austeridad: "La excepcionalidad del momento que vivimos nos obliga a ser especialmente exigentes. El alto sentido del deber que inspira la actuación de este Govern hace que no nos tiemble el pulso a la hora de tomar decisiones, por complicadas o comprometidas que sean. Por eso hoy quiero hacer un especial llamamiento a la responsabilidad de las fuerzas políticas. En democracia las críticas son positivas y ayudan. Sin embargo, no se puede confundir la crítica con las actuaciones hipócritas de aquellos que, conociendo perfectamente la situación en que nos encontramos, prefieren actitudes destructivas, en lugar de trabajar conjuntamente para sacar nuestro país de la losa que lo puede ahogar".
También para compensar, hizo un anuncio sorprendente por tratarse de un gobernante de derechas. Un nuevo impuesto para las grandes fortunas. No será una medida de carácter revolucionario, precisamente. Estará limitado en el tiempo, procurando que no tenga "efectos no deseados sobre el crecimiento económico" y garantizando que gestionarlo no resulte más caro que lo que se recaude.
Toda esta primera parte de la exposición de Mas se sustenta en la idea de que no hay alternativa. O se pagan las deudas y se recorta el gasto o habrá una intervención exterior y las próximas generaciones pagarán las consecuencias. Es decir, que, desde su punto de vista, no hay margen para la política.
La política quedó para el final de la intervención con el proyecto político del pacto fiscal. Premisas: la vía constitucional y la vía estatutaria están agotadas. Y Catalunya no puede renunciar a más y mejor autogobierno, según Artur Mas, no por una cuestión de fidelidad histórica, sino "para garantizar un proyecto de futuro para los 7,5 millones de catalanes".
Así pues, el president plantea "un nuevo camino", que también denomina "transición nacional", que consiste en fijar objetivos concretos de envergadura que cuenten con amplio respaldo social. Y el paradigma es el pacto fiscal o concierto económico: en román paladino, el control sobre los impuestos. "Como presidente de Catalunya creo que puedo reclamar de las fuerzas políticas catalanas que en el tema del pacto fiscal estén a la altura de las circunstancias del momento en que vivimos". Mas pretende que todos los diputados catalanes, también los del PSC y los del PP, condicionen al Gobierno español formando parte de un frente común catalán. Les está pidiendo que se rebelen. Si lo hacen, bien, y si no, peor para ellos debe de pensar Artur Mas para sus adentros.
La alergia que Mas siente por la demagogia, el populismo y la condescendencia hacia la gente –tan frecuente en los dirigentes que gobiernan a golpe de encuesta– frena cualquier salto retórico en el vacío. Tanto es así que, a pesar de ser el líder de un partido nacionalista con una parroquia acostumbrada a la vibración épica y sentimental, Mas no se permite la explotación de un registro emocional con el cual endulzar el mal trago. No lo hizo con su primer discurso institucional del Onze de Setembre ni tampoco ayer. Para aquellos interesados en una política más racional y más ligada a una gestión inteligente y justa de los intereses de la mayoría, las maneras de Mas descubren que el mejor servicio que se puede hacer a la democracia del siglo XXI es tratar al ciudadano como un sujeto adulto, sin trampa ni cartón.
Cuando el president Mas acabó ayer por la tarde su primer discurso de política general en el Parlament de Catalunya se produjo una escena insólita en una Cámara legislativa: ninguno de los diputados de su grupo parlamentario –CiU tiene 62 de los 135 escaños– aplaudió su intervención. Ese detalle es importante porque refleja hasta qué punto la sobriedad es una baza en estos momentos y que el portador de malas noticias no quiere que sus parlamentarios lo alienten en público ante lo que de una manera u otra acaba siendo un discurso que supondrá sacrificio para mucha gente. De ahí la instrucción a los diputados de CiU para que no interrumpieran con aplausos a Mas mientras hablaba y que tampoco lo hicieran al final. La crudeza de la situación actual fue un elemento determinante de su intervención, que, por otro lado, no fue ni populista ni revanchista.
La mayor virtud de Artur Mas es, al mismo tiempo, su debilidad: no hace ninguna concesión a la retórica. El president es de una precisión y una claridad admirables. Se le entiende de la primera a la última frase. Se estará de acuerdo o no. Se discrepará radicalmente de la estrategia elegida para encarar las dificultades, suponiendo que se conozca alguna alternativa. Pero difícilmente se podrá decir –si no es desde un guión preestablecido– que su discurso oculta las dificultades o disimula las intenciones de fondo de su acción de gobierno. Nadie podrá acusarlo de engañar: está en las antípodas ( otra vez la referencia inicial ) del presidente español que esta semana convocaba formalmente elecciones.
p.d: Diferentes extractos de articulos de la Vanguardia sin ningún retoque.
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